LA PARADA 43
BIS
En la parada de la línea 43 del autobús urbano, frente al palacio de
justicia, apareció estampado un horrendo amasijo de sangre, carne y heces. El
alumbrado público todavía estaba encendido cuando comenzamos con el
procedimiento previo al levantamiento del cadáver. Mientras esperábamos
instrucciones, el forense, más psicópata que artista, disfrutaba marcando con
un rotulador el contorno que dejaban los restos de aquel hombre, que sonreía
tras el vidrio, sin importarle ya nada.
Aquel muerto estaba dentro de un cristal de sílice fundido en una sola
pieza de ocho metros cuadrados por 250 milímetros de
espesor. Calcule que pesaría alrededor
de cuatro mil ochocientos kilos; con lo que, seguramente, para traerle hasta
aquí, hubieran podido usar un camión con grúa. Lo que no pudieron hacer; de
ninguna de manera,fue descargar la alhaja dejándola sobre el vértice
izquierdo sin que hubiese algún anclaje que la sujetase al pavimento. Observando desde la derecha, pude ver como su
lado más corto, de apróximadamente dos metros, se levantaba en un ángulo de 11 grados desde el
otro extremo, quedando a unos pocos centímetros del suelo; los suficientes como
para que el equipo de la científica sacase alguna muestra.
No di más vueltas a su alrededor. Me quedé frente a él, mirándole a la cara.
No era capaz de apartar la mirada de los ojos del cadáver, que brillaban con agudeza.
Incluso pensé que podía seguir con vida a pesar de que sus redaños estaban tan
desparramados y retorcidos, que ningún casquero nos hubiera dado un duro por
él.
—Tiene una curiosa expresión— gorgoteo
exultante Sebastián, que ya había calculado todas las revistas forenses donde
publicaría su artículo del caso.
—Tal y como hubiese
aparecido en un recorte de viñeta— remató el “chupatripas”.
—¡Mira que eres gilipollas, Sebastián! ¿Es que no ves más allá de tus
narices? Piensa un minuto, y deja de decir bobadas. Le espeté.
Sólo entreví el cogote del forense cuando me dejó plantado, pero le quedé
agradecido. Me dio un momento de paz que
aproveché para llamar al interventor, que llegó más tarde, acompañando al jefe
de policía con el que fui a revisar las grabaciones de las cámaras del juzgado.
Estaba convencido que
nada me podría sorprender, pero me equivocaba: Mientras repasábamos los
contenidos de las grabaciones hasta el medio día, Sebastián llamo voceando
desde el otro lado de la calle. — Bridstone, ¡Se mueve!
—¿Qué? ¿El que se mueve?
—¡El cadáver! ¡se mueve!
¡se mueve!— gritaba Sebastián,histérico
Volví la cara hacia los monitores de la sala de control y ahí estaba,
arqueándose mientras destilaba sangre. Se movió durante horas, escullando hasta
inundar cientos de finísimos canales que formaron cruces, arcos y líneas
conectados entre sí.
Antes de que se pusiera
el sol, los conductos se unieron formando dos circunferencias concéntricas, a
modo de corona, conectada en su interior por las puntas de un triángulo
equilátero dentro del que se contraían las asaduras de aquel desdichado.
El jefe no quería ver más, y salió
del cuarto de control en busca del supervisor que ordeno finalizar con el
levantamiento. Estaba claro que aquel pellejo no podía quedarse frente al
juzgado, pese a que, seguramente, para el abogado JP. Irrabud, (del que supimos su nombre un año
más tarde), hubiera sido la única forma de ser recordado.
El cuerpo de bomberos hizo un trabajo
excelente, sacando y trasladando a JP hasta el depósito de decomisos. Nunca dejó de moverse, ni tampoco consintió que
diéramos carpetazo al asunto, porque después de un año, en el que dejó de ser
motivo de cuentos escabrosos e interesados por parte de la prensa amarilla, nos
llegó una carta manuscrita por Irrabud y alguien más.
¿Se preguntan si
averiguamos algo del agresor?
La respuesta es “No”. Pero
les leeré el contenido, y juzguen ustedes:
—
Bilbao, 28 de diciembre 2011
Esta es la resolución de
“Al-Qaiium”, a favor de JP Irrabud, bautizado y agnóstico de procesión.
Para el esclarecimiento
de lo acontecido y la instrucción de los hechos, recojo aquí, QUE:
El Sr. Irrabud ha sido un hombre que vivió entregado a lo inmediato, ha
dispuesto de tiempo y recursos para superar a los demás y esto ha satisfecho su
ego.
Ahora agoniza. Su instinto le alerta y se agita furioso. El sudor empapa su
frente y desespera ante la incertidumbre.
Ninguna de las criaturas de los universos es ajena en las coordenadas de la
consciencia, ni ninguno de sus pensamientos es ineficaz cuando la curvatura dimensional
fluctúa hacia la "Clara Luz".
Este hombre, siempre pragmático, expresó un deseo al extraño heraldo sin
cuerpo que le escuchaba. No deseaba morir, ni ser olvidado, porque la
última de las muertes es el olvido y tras eso no podía esperar nada.
Resuelvo:
A la vista de los precedentes arriba
descritos, y para que conste públicamente,
El Sr. Irrabud no muera, pero que
tampoco viva, porque esto sería un agravio para sus semejantes, que deben
resignarse a perecer sin haber comprendido el sentido de su existencia.
Que mire pero que no vea.
Que esté siempre alerta, pero nunca
consciente de lo que sucede a su alrededor, para que su mente soporte el
presente y el futuro agotados.
Que su corazón lata, pero sin que ninguna emoción altere su ritmo para que
se cumplan sus aspiraciones.
Para ello yacerá dentro de un recipiente adecuado que le separe del mundo
de los vivos y de los muertos, como es propio en todos aquellos que renunciaron
a morir.
Metatrón.
—Verdaderamente, el procedimiento dio resultado; ya no está
muerto.O mejor dicho, no ha terminado de morir— dijo entre dientes el bedel
del depósito acordándose, de como en más de una ocasión, JP lloraba.
La parada 43 bis by Yolanda Fernández Sadornil is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra enhttp://silsilehliebst.blogspot.com.es/.
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