Se trasladó a Nueva York huyendo del
cólera que asolaba de Puerto Príncipe en el año 2012. Llevaba solo unas cuantas
camisas, una muda y un par de calcetines que servían de mullida a una vasija vacía
en su maleta.
Hougan, era un hechicero vudú que no aparentaba
pobreza o ignorancia así que no encontró dificultades para alquilar la planta baja
del cincuenta y cuatro Clark St Brook cerca de Brooklyn. Lo que le trajo hasta aquí fue la
idea de que si en Estados Unidos se creía
en zombis como quiso Víctor Halperin, le sería mucho más fácil tener éxito.
Él no era capaz de resucitar muertos,
pero sí podía someter sin dificultad a cualquiera; y eso, sin lugar a dudas,
podría ser un gran negocio. En Haití la tradición de los esclavos hablaba de
criaturas que son devueltas de la muerte, pero en Norteamérica las tres
llamadas del hechicero al pie del cementerio se hacían imposibles y ridículas,
porque exhumar el cadáver sin que nadie se percatara no era factible e incluso, era peligroso. Esa fue la razón por la que
estudio un método para que la Ti Bon Ange,
el alma de los cristianos y musulmanes, pudiera ser robada y explotada en su
beneficio.
No era una idea original: los
Restaveks, niños esclavos Haitianos,
eran utilizados desde hacía décadas como servidumbre doméstica en su país; pero
el método era revolucionario y aquí era
una novedad con la que podría copar el mercado.
Y Hougan quería dinero. Mucho dinero.
El plan consistía en hacerse con una clientela fiel, y para eso
necesitaba apoyarse en la comunidad Haitiana como un primer paso hacia el
comercio autóctono. En el consulado le facilitaron la dirección de varias
asociaciones culturales que le sirvieron de plataforma para relacionarse con neoyorkinos.
Hubiera podido enriquecerse entre sus
paisanos desde un primer momento, pero no le interesaba ponerse en evidencia antes
de extender sus tentáculos hasta la clase media-alta de la cuidad. La premisa
que seguía consistía en crear una necesidad y más tarde ofrecerse como única solución.
Esperó paciente mientras ampliaba la red de contactos, puesto que todavía le
quedaba buena cantidad de dinero en el falsete de la maleta. El adoctrinamiento en los
foros dio su fruto: el cónsul Haitiano fue su primer cliente en New York, a quien exigió como
parte del pago por sus servicios, proveerle de vivienda en una zona residencial de
clase media además de un falso empleo como pasante para justificar parte de los
ingresos que le procuraría el negocio.
No lo pensó en un primer momento, pero
más tarde creyó conveniente asistir asiduamente al bufete, puesto que le daría
la oportunidad de recibir en alguno de los despachos vacantes.
Así lo hizo, el bufete era inmenso y siempre quedaba alguno desocupado.
Así lo hizo, el bufete era inmenso y siempre quedaba alguno desocupado.
Las persianas de la oficina estaban echadas
cuando el cónsul llegó con uno de sus contactos hasta allí. Se instalaron entre
las sombras, desde donde dirigió el foco de la mesa hacia la puerta para evitar
indiscreciones por parte de algún curioso.
— Yo soy el Hechicero. —Dijo
sumergido en las penumbras. — No me diga su nombre.
Hougan cortó con rápido movimiento un
mechón del flequillo del cliente empleando navaja.
— Con esto será
suficiente. Ahora hable.
— El nombre del muchacho
es Benjamín. —Dijo el interesado, yendo directamente al grano. — Le quiero para
mí.
— ¿Está todo? —Preguntó el hechicero desde las sombras. — La posesión
completa le costará trescientos mil dólares anticipados y doscientos mil a la conclusión.
—
— Si, ahí está todo: la dirección, los horarios de las
clases, el nombre de padres, profesores.
Todo. —Aclaró el desconocido — Y el dinero, en billetes usados.
— Venga dentro de un mes.
— Le citó el hechicero.
— El treinta y uno de
octubre, a las siete. — Puntualizó el cliente, marchándose.
— A las siete, aquí mismo.
Benjamín era alumno en un internado de
categoría en la zona alta de Whitehorse,
en Yukón, lo que obligó al hechicero a trasladarse hasta la región
noroccidental de Canadá.
A las doce ya estaba su destino. Paró
en una cafetería apartada desde la que llamó al colegio para citarse con el
jefe de estudios. El pretexto fue breve conferencia sobre la cultura Haitiana que la embajada del país había propuesto al ministerio de educación para su
centro.
Esta excusa fue suficiente para entrar
en el colegio. Hougan llevaba preparado todo el material: vasija, podré,
cucaracha y hasta el librito tradicional, aunque no le hacía ninguna falta.
Estaba reunido con responsable de estudios tras la
conferencia, cuando lanzó el anzuelo con inteligencia.
— Señor Boutier, no deseo
molestar, pero me gustaría saludar al hijo de unos amigos que cursa aquí quinto
de primaria. — Sondeó Hougan
— ¿De quién se trata? — Le
contestó Boutier — Será un placer acompañarle hasta el aula del muchacho.
— Se llama Benjamín, su padre
es Neurocirujano en Nevada, se apellida Reyplis.
— ¡Ah! Si, le conozco. Le
acompaño.
Llegaron hasta las aulas de primaria.
Hougan llevaba la mano dentro del bolso del abrigo, sujetando un puñado de
poudré y una cucaracha enorme que se revolvía nerviosa en su mano.
— ¿El señor Reyplis, por
favor? —Requirió Boutier desde la entrada.
— Dígame. —Respondió un
chavalillo rubio.
— Hágame el favor de salir.
— Ordenó el jefe de estudios.
El hechicero extendió la mano libre
para saludar al niño, — Hola Benjamín, soy amigo de tus padres. — mientras
arrojaba al suelo los polvos y la barata.
El plan se resolvió como
Hougan imaginó paso por paso: cuando la cucaracha se hizo visible, el muchacho la mató de un pisotón, sacudiendo los
polvos que había dejado caer en el piso,
y como pensó, utilizó las manos desnudas para recoger el bicho aplastado.
— Voy a tirar esto por
el desagüe. —Anticipó el muchacho a Hougan y Boutier con el insecto aplastado colgado de
una pata entre el índice y el pulgar.
— Benjamín, ¿te acompaño
al baño?—
— Si... Gracias —Contestó
educadamente el niño
— No se moleste, Sr. Hougan.
—Terció Boutier
—No es molestia. —Desmereció Hougan,
enfilando detrás del muchacho.
Dejaron atrás a Boutier, quien
tuvo que atender a un grupo de alumnos que se acercó. Cuando llegaron a los
baños, el niño entró en el aseo, el hechicero destapó la vasija frente al
muchacho. Benjamín se desplomó en el instante en que el brokor, como también
llaman a los hechiceros, cerró la vasija. El mismo dio aviso al jefe de estudios
para que atendieran al muchacho, pero no se interesó mucho más cogiendo el
primer vuelo para no coincidir con los padres de su víctima.
Hasta
después de una semana no llamo al jefe de estudios para saber del chico.
Boutier le puso al corriente de los hechos: desgraciadamente, después de algunos
días murió a consecuencia de un fallo respiratorio.
El treinta y uno de octubre se cumplieron diez días desde el
deceso; el hombre que le contrató debía
dar el siguiente paso. Hougan dio instrucciones al cónsul para que su cliente
pagara y convinieran el punto de reunión. Horas más tarde recibió en el bufete
un paquete con doscientos mil dólares, así como aviso acerca de dos billetes de
avión destino Canadá que recibiría esa misma tarde de manos del taxista que les
llevaría al aeropuerto.
Apenas eran las siete y media cuando llegaron;
el camino hasta el cementerio les llevaría tres horas. Para entonces, Brow Ben,
un delincuente juvenil que Hougan había reclutado en uno de sus experimentos
rituales, les esperaba a la entrada.
Su cliente caminaba unos pasos por
delante del hechicero y detrás de Ben, que previamente había forzado la
cerradura del mausoleo donde el cuerpo del muchacho había sido depositado.
— Dese la vuelta —Ordenó
el brokor al hombre, — nunca me mire. A
riesgo de su vida. —Amenazó, cuando comenzó el ritual.
Hougan puso bajo la nariz del niño la
vasija. Inmediatamente, el niño recobró el movimiento y se incorporó, al tiempo
que el hechicero le aupaba para sacarle de la caja.
— Nunca le de sal.
Volvería a ser normal. — Instruyó al dueño del niño — No se gire ni mire hasta
pasados cinco minutos. Nosotros nos iremos. No debe de mirar. Y recuerde,
cualquier niño puede ser suyo, sólo me tiene que buscar.
Brow Ben y Hougan salieron antes del
cementerio.
El hombre y el primer Restaveks Norteamericano partieron mucho más
tarde, sin siquiera encender la linterna que les habían dejado.
Esta fue la historia del fenómeno zombi
en tierra norteamericana.
El resurgimiento de la esclavitud.
.LOS RESTAVEKS por María Yolanda Fernández Sadornil se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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1 comentario:
genial....sencillo y directo como un golpe al estómago... eso sí,... me quedo con ganas de más......
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