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sábado, mayo 04, 2013

LOS RESTAVEKS



Se trasladó a Nueva York huyendo del cólera que asolaba de Puerto Príncipe en el año 2012. Llevaba solo unas cuantas camisas, una muda y un par de calcetines que servían de mullida a una vasija vacía en su maleta.
Hougan, era un hechicero vudú que no aparentaba pobreza o ignorancia así que no encontró dificultades para alquilar la planta baja del cincuenta y cuatro Clark St Brook cerca de  Brooklyn. Lo que le trajo hasta aquí fue la idea de que si en  Estados Unidos se creía en zombis como quiso Víctor Halperin, le sería mucho más fácil tener éxito.

Él no era capaz de resucitar muertos, pero sí podía someter sin dificultad a cualquiera; y eso, sin lugar a dudas, podría ser un gran negocio. En Haití la tradición de los esclavos hablaba de criaturas que son devueltas de la muerte, pero en Norteamérica las tres llamadas del hechicero al pie del cementerio se hacían imposibles y ridículas, porque exhumar el cadáver sin que nadie se percatara no era factible e incluso, era peligroso.  Esa fue la razón por la que estudio un método para que la  Ti Bon Ange, el alma de los cristianos y musulmanes, pudiera ser robada y explotada en su beneficio.
No era una idea original: los Restaveks,  niños esclavos Haitianos, eran utilizados desde hacía décadas como servidumbre doméstica en su país; pero  el método era revolucionario y aquí era una novedad con la que podría copar el  mercado.
Y  Hougan quería dinero. Mucho dinero.

El plan consistía en  hacerse con una clientela fiel, y para eso necesitaba apoyarse en la comunidad Haitiana como un primer paso hacia el comercio autóctono. En el consulado le facilitaron la dirección de varias asociaciones culturales que le sirvieron de plataforma para relacionarse con neoyorkinos.
Hubiera podido enriquecerse entre sus paisanos desde un primer momento, pero no le interesaba ponerse en evidencia antes de extender sus tentáculos hasta la clase media-alta de la cuidad. La premisa que seguía consistía en crear una necesidad y más tarde ofrecerse como única solución.
Esperó paciente mientras ampliaba la red de contactos, puesto que todavía le quedaba buena cantidad de dinero en el falsete de la maleta. El adoctrinamiento en los foros  dio su fruto: el cónsul Haitiano fue su primer cliente en New York, a quien exigió como parte del pago por sus servicios, proveerle de  vivienda en una zona residencial de clase media además de un falso empleo como pasante para justificar parte de los ingresos que le procuraría el negocio.

No lo pensó en un primer momento, pero más tarde creyó conveniente asistir asiduamente al bufete, puesto que le daría la oportunidad de recibir en alguno de los despachos vacantes.
 Así lo hizo, el bufete era inmenso y siempre quedaba alguno desocupado.
Las persianas de la oficina estaban echadas cuando el cónsul llegó con uno de sus contactos hasta allí. Se instalaron entre las sombras, desde donde dirigió el foco de la mesa hacia la puerta para evitar indiscreciones por parte de algún curioso.

— Yo soy el Hechicero. —Dijo sumergido en las penumbras. — No me diga su nombre.
Hougan cortó con rápido movimiento un mechón del flequillo del cliente empleando navaja.
— Con esto será suficiente. Ahora hable.
— El nombre del muchacho es Benjamín. —Dijo el interesado, yendo directamente al grano. — Le quiero para mí.               
— ¿Está todo? —Preguntó  el hechicero desde las sombras. — La posesión completa le costará trescientos mil dólares anticipados y doscientos mil a la conclusión. —
— Si, ahí está  todo: la dirección, los horarios de las clases, el nombre de  padres, profesores. Todo. —Aclaró el desconocido — Y el dinero, en billetes usados.
— Venga dentro de un mes. — Le citó el hechicero.
— El treinta y uno de octubre, a las siete. — Puntualizó el cliente, marchándose.
— A las siete, aquí mismo.

Benjamín era alumno en un internado de categoría en la zona alta de Whitehorse,  en Yukón, lo que obligó al hechicero a trasladarse hasta la región noroccidental de Canadá.
A las doce ya estaba su destino. Paró en una cafetería apartada desde la que llamó al colegio para citarse con el jefe de estudios. El pretexto fue breve conferencia sobre la cultura Haitiana que la embajada del país había propuesto al ministerio de educación para su centro.
Esta excusa fue suficiente para entrar en el colegio. Hougan llevaba preparado todo el material: vasija, podré, cucaracha y hasta el librito tradicional, aunque no le hacía ninguna falta.
Estaba  reunido con responsable de estudios tras la conferencia, cuando lanzó el anzuelo con inteligencia.
— Señor Boutier, no deseo molestar, pero me gustaría saludar al hijo de unos amigos que cursa aquí quinto de primaria. — Sondeó Hougan
— ¿De quién se trata? — Le contestó Boutier — Será un placer acompañarle hasta el aula del muchacho.
— Se llama Benjamín, su padre es Neurocirujano en Nevada, se apellida Reyplis.
— ¡Ah! Si, le conozco. Le acompaño.
Llegaron hasta las aulas de primaria. Hougan llevaba la mano dentro del bolso del abrigo, sujetando un puñado de poudré y una cucaracha enorme que se revolvía nerviosa en su mano.
— ¿El señor Reyplis, por favor? —Requirió Boutier desde la entrada.
— Dígame. —Respondió un chavalillo rubio.
— Hágame el favor de salir. — Ordenó el jefe de estudios.
El hechicero extendió la mano libre para saludar al niño, — Hola Benjamín, soy amigo de tus padres. — mientras arrojaba al suelo los polvos y la barata.
El plan se resolvió como Hougan imaginó paso por paso: cuando la cucaracha se hizo visible, el  muchacho la mató de un pisotón, sacudiendo los polvos que  había dejado caer en el piso, y como pensó, utilizó las manos desnudas para recoger el bicho aplastado.
— Voy a tirar esto por el  desagüe. —Anticipó el  muchacho a Hougan  y Boutier con el insecto aplastado colgado de una pata entre el índice y el pulgar.
— Benjamín, ¿te acompaño al baño?—
— Si... Gracias —Contestó educadamente el niño
— No se moleste, Sr. Hougan. —Terció Boutier
  —No es molestia. —Desmereció Hougan, enfilando detrás del muchacho.
Dejaron atrás a Boutier, quien tuvo que atender a un grupo de alumnos que se acercó. Cuando llegaron a los baños, el niño entró en el aseo, el hechicero destapó la vasija frente al muchacho. Benjamín se desplomó en el instante en que el brokor, como también llaman a los hechiceros, cerró la vasija. El mismo dio aviso al jefe de estudios para que atendieran al muchacho, pero no se interesó mucho más cogiendo el primer vuelo para no coincidir con los padres de su víctima.  
Hasta  después de una semana no llamo al jefe de estudios para saber del chico. Boutier le puso al corriente de los hechos: desgraciadamente, después de algunos días murió a consecuencia de un fallo respiratorio.
El treinta y uno de  octubre se cumplieron diez días desde el deceso; el  hombre que le contrató debía dar el siguiente paso. Hougan dio instrucciones al cónsul para que su cliente pagara y convinieran el punto de reunión. Horas más tarde recibió en el bufete un paquete con doscientos mil dólares, así como aviso acerca de dos billetes de avión destino Canadá que recibiría esa misma tarde de manos del taxista que les llevaría al aeropuerto.
 Apenas eran las siete y media cuando llegaron; el camino hasta el cementerio les llevaría tres horas. Para entonces, Brow Ben, un delincuente juvenil que Hougan había reclutado en uno de sus experimentos rituales, les esperaba a la entrada.
Su cliente caminaba unos pasos por delante del hechicero y detrás de Ben, que previamente había forzado la cerradura del mausoleo donde el cuerpo del muchacho había sido depositado.
— Dese la vuelta —Ordenó el  brokor al hombre, — nunca me mire. A riesgo de su vida. —Amenazó, cuando comenzó el ritual.
Hougan puso bajo la nariz del niño la vasija. Inmediatamente, el niño recobró el movimiento y se incorporó, al tiempo que el hechicero le aupaba para sacarle de la caja.
— Nunca le de sal. Volvería a ser normal. — Instruyó al dueño del niño — No se gire ni mire hasta pasados cinco minutos. Nosotros nos iremos. No debe de mirar. Y recuerde, cualquier niño puede ser suyo, sólo me tiene que buscar.
Brow Ben y Hougan salieron antes del cementerio.
 El hombre y el primer  Restaveks Norteamericano partieron mucho más tarde, sin siquiera encender la linterna que les habían dejado.
Esta fue la historia del fenómeno zombi en tierra norteamericana.
El resurgimiento de la esclavitud.
 .

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LOS RESTAVEKS por María Yolanda Fernández Sadornil se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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1 comentario:

wim dijo...

genial....sencillo y directo como un golpe al estómago... eso sí,... me quedo con ganas de más......