Translate

miércoles, febrero 03, 2010

EL PECADO Y EL PERDÓN

El concepto del pecado alude a la transgresión voluntaria de las normas y de los preceptos religiosos. Estos delitos morales son tan numerosos como variadas son las creencias que precisan sus estadios y gravedad. Nosotros conocemos el concepto judeocristiano, que fundamenta la falta en una actitud o hecho capaz de alejar al hombre de la voluntad divina y en el que su naturaleza, alejada del estado embrionario que mantenía en su génesis, ya constituye una ofensa. Esta idea del pecado original perpetúa las reminiscencias que este credo conserva de los griegos, para los que el pecado “originario” revela la marginalidad de la vida respecto a lo esencial, en este caso la naturaleza del creador, pero sin embargo, no hay desacato, puesto que tampoco hay consciencia de ello. En un primer término el pecado no existe, puesto que no hay atentado voluntarioso, y el esfuerzo por seguir la ley de Dios derrotando la propia naturaleza es un esfuerzo vano, puesto que la culpa encuentra su falta en la desconfianza que se vierte en la bondad de la industria creadora.
El primer pecado Objetivo es pues, el de las iglesias, que reducen a su Dios y le encorsetan en un rol que resulta ser, además de poco creíble, sospechoso de manipulación interesada. En esta rebelión el creador se convierte en victima de sus creaturas. No sólo se ve acusado de no amar la naturaleza de estas, además se le imputa exigirles la renuncia de sí mismos para que el feliz reencuentro sea posible.
Es evidente que la precariedad del planteamiento de estas doctrinas, (débil en su base y paralela al desarrollo de la civilización), señala el deseo suplantar a Dios, adueñándose de la “voluntad divina” con dolo, y con algo que ellos tildarían de soberbia.
La esencia del deseo de crear está en el “amor” por la creación en la que no cabe la renuncia a la esencia vital que se encuentra pareja a la naturaleza. Este binomio no es caprichoso, porque ambas se sirven con el fin de desarrollarse dentro de un equilibrio necesario en un sistema complejo de evolución positiva, lo que me lleva a creer que si hubiera deseo de reconocimiento “paterno” este nos implicaría en un trabajo de afirmación personal como única vía de agradecimiento e implicación con la obra de nuestro autor. Ya no habría pecados, ni objetivos ni tan siquiera subjetivos, sólo existiría el deseo de honrar a la Madre y como consecuencia de ello, nuestra comunidad vería en esta vida una oportunidad más que un camino tortuoso y deficiente.
La preocupación de los dirigentes religiosos ante la manipulación de la génesis, nace de un temor profundo a la pérdida del control, y deja notar que la base de su doctrina, (el amor al prójimo) sufre serias carencias que no son capaces de abordar eficientemente puesto que su alejamiento de la realidad les invalida como autoridad moral. El ministerio divino no tiene derecho normativo si no instrumental, y deben de ser, y así entenderse a sí mismo, como el recurso que aúpe y arrope a su pueblo hacia una evolución equilibrada y sana, respetando de una forma escrupulosa las peculiaridades de cada uno de sus miembros.
Negar la comunión a sus fieles porque no respetan una normativa que evalúa su calidad moral, es negarse a sí mismos, porque dan a entender que su creador da la gracia cuando a ellos les parece, lo que hace de Dios su servidor. Respecto a esto dicen las escrituras:
(Juan 14:30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados". [4]
Ellos niegan el perdón, y banalizan el sacrificio de Jesucristo negando la comunión, que en sí misma es la esencia de la reconciliación. Lo que constituye como dice el catecismo católico:
"una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo...Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”
El único pecado Objetivo es el de ellos, que atentan contra el espíritu reconciliador y amable de su creador.

a rel="license" href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/">Licencia Creative Commons
El pecado y el perdón por Yolanda Fernández Sadornil se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

viernes, enero 15, 2010

El espejo opaco

Caminé recordando el cálido aroma del pan caliente, de los trigos preñados, de los ramos de lilas recién cortados. Sonreía pensando en la ingenua culpa que me agobiaba cuando robaba algún racimo de las parras colmadas y en el alborozo que sentía persiguiendo luciérnagas y grillos de estío por las carreteras abandonadas. Ya dejé atrás el penetrante olor a incienso, los ayunos, los rosarios, y todas las dudas empapadas entre las sábanas, volvía a ser el hijo de unos forasteros recién llegados con sus calcetines blancos y su corbatín almidonado, con la cabeza rapada y pegada sobre su pecho como si de un nido de golondrinas se tratara. Escudriñé en el horizonte buscando reminiscencias, evocando sonidos olvidados, rastreando en las tenues estelas de la memoria. Sentía que no tenía más que la conciencia de mí mismo y la satisfacción de ser lo que era: Grande, único, omnisciente como el mismo Dios.

Viajé en la oscuridad de la misma forma que la vida se consume, recorrí las calles, frenético, preso de un escalofrío mórbido y me detuve frente a un ángel de ojos pardos y cabello hirsuto que deambulaba por la calle. Con él, recuperé la moral lasciva que domina el mundo por sólo un par de billetes. Vencido por el fuego cruzado entre la razón y la convicción, etiquetado de loco, sin amigos ni familia, busqué entre los livianos arcos de su cuerpo la redención de mis miedos hasta que el sol de la mañana descubrió mis desvaríos.

Corrí a encerrarme en el baño, avergonzado de mi locura. Sosteniéndome sobre el lavabo, quise ver el rostro del pecado, pero al mirarme en el espejo, no veía nada. Las gotas condensadas caían, resbalando por el cristal empavonado. Un reflejo desdibujado dejaba que mi caprichosa imaginación modelase los contornos de engendros disparatados… Aclaré con la palma el interior y el vaho cedió, pero la fina película invadió rápidamente el ventanuco que improvisé. Apenas me percaté de que no quedaba ningún rastro, adelanté mi mano, todavía empapada, y volví a repetir el mismo trazo, esta vez más despacio, oprimiendo con más decisión, dejando que el agua patinara hasta el codo. Restregué el espejo varias veces, pero aquel extraño vapor cubrió de nuevo el azogado. Turbado, observaba mi rostro velado sobre el cristal sin que pudiera apreciar mis mejillas, seguramente azoradas por el esfuerzo y la rabia. Tampoco podía ver el contorno de mis cabellos, que me imaginaba secos y alborotados. El vapor que empañaba el espejo se hacía cada vez más denso; giré sobre mis talones avanzando un paso, para volverme a parar trabado dentro una crisálida que me encanillaba con el vapor que ocupaba el cuarto.

Entonces, un profundo pavor se apoderó de mí y la angustia me oprimió de tal manera, que no pude gritar pidiendo auxilio. La falta de resuello venció la poca entereza que me quedaba, y caí, topando con algo etéreo, suave e indefinido que me recogió, tirando de mí con suavidad y elevándome unos palmos sobre el suelo. Me llenó de una paz infinita, y una sensación de ingravidez que festejé elevándome hasta el techo, sin importarme nada de lo que pudiera pasar. Adormecido dejé que pasaran las horas, hasta que, tras unos fuertes golpes, la puerta del cuarto se abrió y dejó pasar un torrente de rumores distorsionados que flotaban sobre un haz de perspicua luz que señaló la bañera en la que flotaba el cuerpo de un hombre con las muñecas cortadas, con sus calcetines blancos y su corbatín almidonado, con la cabeza rapada y pegada sobre su pecho como si de un nido de golondrinas se tratara.


Licencia Creative Commons
El espejo opaco por Yolanda Fernández Sadornil se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-SinObraDerivada 3.0 Unported.