Al salir de la estación, sus rizos
taheños, mal recogidos bajo el pañuelo, surgieron entre el gentío como el sol
furtivo de aquel amanecer lluvioso. La avenida se iluminaba bajo los arcoíris
rotos por la danza de los estorninos entre la lluvia, cuando Hine se percató de
que su pañoleta se había perdido entre la gente y su melena estaba empapada.
"Sin duda, fue un acierto prohibir
mostrar el cabello." Pensó con sorna, al tropezar con las salaces miradas
de peregrinos y transeúntes mientras hurgaba en el interior de su bolsito en
busca de alguna flor que prender en su pelo.
Sus flores y su perfume la
envolvían en un aura que incitaba al deseo. Tenía un cuerpo felino que ungía
con aceites de mirto, bergamota y rosas antes de cubrir su desnudez con una
túnica de seda española, ceñida y abierta por los extremos hasta dar con un
coqueto corazón que le florecía en la cadera. Su aspecto, delicado y sensual,
solía adornar los paneles flotantes sobre la calle principal.
Apenas llegó al estudio de
apofengrafía, un mensaje resonó desde su receptor.
—Soy un alma solitaria. — El lamento retumbó en la sala con un eco
conocido.
—Soy yo: La sombra esquiva…
—Que sueña contigo…
—Que respira por ti…
— Aun cuando estoy dormido… — gimió.
Sin pensarlo dos veces, cogió su bolsito
y salió del estudio camino del terminal donde descargó el mensaje en el
servidor del muelle. Marcó su origen en la tarjeta de trasporte y salió de
inmediato para coger un elevador privado con destino a los nidos. A lo largo
del pasillo donde se apeó, las secciones numeradas se repartían entre entradas
y salidas casi idénticas, unas frente a otras, solo separadas por un carril de
maniobras. Ante ella, en torno al andén de entrada, el tumulto ondulaba la
presión del ambiente con un frenético deambular entre los pasos de embarque.
Solo cuando los vagones se llenaron pudo entrever, como si fuera un breve
destello, una muchacha híbrida de ojos gualdos frente a sí, que desapareció para
siempre entre un enjambre. “Pudiera ser solo una sensación. Pero… si fuera posible;
que no lo creo, me vi aquí mismo, esta mañana, en las salidas de los
nidos..." La idea la dejó perpleja durante unos segundos.
“Creo que he puesto demasiada Bergamota
al aceite“. Pensó y siguió sin parar, hasta dar con la entrada que la llevó
hasta la dirección marcada en su receptor. Encontró la puerta entornada, y a él
sentado de espalda sobre el diván, sin que nada velara el suave azogue que
brillaba sobre su piel.
—Soy yo. — Musitó Hine.
Y avanzando entre cientos de burbujas,
quedó únicamente vestida del amor con el que rodeó su pecho; acercándose hasta
rozar con sus pezones, lívidos y erectos, los oscuros límites bajo su torso.
Sus labios, tibios, dejaron brotar la palpitante calidez que encendería sus
vientres sobre las flores de ahuiani que cayeron de su pelo.
Mientras él jugaba con sus rizos, las
densas gotas que sus pieles destilaban les cubrieron por completo formando a su
alrededor una fina cutícula calcárea que acabó por endurecerse con las primeras
luces del crepúsculo. En el interior de la cápsula los fluidos hirvieron hasta
que la presión hizo eclosionar el huevo desde donde cayeron bañados en el denso
vitelo que les alimentó durante la metamorfosis.
Ahora, él era ella y ella, él.
El frío de la noche hizo el resto: durmieron abrazados mientras su
epidermis mutaba y se definía marcando la madurez sexual.
El todavía descansaba sobre el diván, cuando la luz de la mañana la
despertó. Se deslizó hasta la entrada para recoger las prendas que dejó
olvidadas. Ungió su cuerpo, y se vistió mirando embelesada el tembloroso brillo
de su espalda. El rumor de la lluvia le recordó que debía cubrir su cabeza
antes de salir. Miró por todos los rincones y encontró sobre el suelo, como
puesto a propósito, un ramillete de flores de ahuiani anudado con un pañuelo
alrededor.
Salió sin cerrar la puerta, ocupada en deshacer el nudo que sujetaba
las flores que guardó en su bolsita.
La muchedumbre se agolpaba en los andenes esperando ser los primeros en
abordar el vagón cuando las puertas de acceso dejaran un resquicio por donde
colarse. Avanzaban, corrían y se detenían, con una frecuencia que modulaba la
sonoridad y la presión del ambiente. Hine trató de zafarse del incesante
fluir de gentes, pero quedó cercada entre la salida y la multitud sin que
pudiera ver ningún camino alternativo. El estrépito de la llegada anunció la
apertura del acceso a los trasportes que despegaron pocos segundos después de
que el tumulto fuese digerido por los vehículos populares que tragaban y
escupían viajeros al unísono.
Solo quedo frente a ella una híbrida pelirroja que parecía buscar una
entrada a los nidos. Su parecido no podía ser casual. Vestía con un traje de
seda española y sobre sus hombros caía un torrente de bucles desordenados en
los que llevaba prendidos, aquí y allá, lo que parecían pétalos ambarinos.
Solo la vio durante un segundo y desapareció para siempre entre un enjambre
de transeúntes que se apeaban de regresó al terminal.
—Era yo…
— Señorita Hine-Titama tiene que presentarse en el estudio de Wolfang
Pauli. — decretó bruscamente su agenda automática en voz alta.
Sin pensarlo dos veces, descargó el mensaje en el servidor del muelle
y marcó su tarjeta de trasporte, con la que embarcó de inmediato en un elevador
privado con destino al origen de la carga.
Al salir de la estación, sus rizos encendidos, mal recogidos bajo el
pañuelo, surgieron entre el gentío como el sol furtivo de aquel amanecer
lluvioso. La avenida se iluminaba bajo arcoíris rotos por la danza de las
parvadas entre la lluvia, cuando Hine se percató de que su pañoleta se había
perdido entre la gente y su pelo estaba empapado.

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