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viernes, abril 12, 2013

LAS FLORES DE AHUANI ©



Al salir de la estación, sus rizos taheños, mal recogidos bajo el pañuelo, surgieron entre el gentío como el sol furtivo de aquel amanecer lluvioso. La avenida se iluminaba bajo los arcoíris rotos por la danza de los estorninos entre la lluvia, cuando Hine se percató de que su pañoleta se había perdido entre la gente y su melena estaba empapada.
"Sin duda, fue un acierto prohibir mostrar el cabello." Pensó con sorna, al tropezar con las salaces miradas de peregrinos y transeúntes mientras hurgaba en el interior de su bolsito en busca de alguna flor que prender en su pelo.
Sus flores y su perfume la envolvían en un aura que incitaba al deseo. Tenía un cuerpo felino que ungía con aceites de mirto, bergamota y rosas antes de cubrir su desnudez con una túnica de seda española, ceñida y abierta por los extremos hasta dar con un coqueto corazón que le florecía en la cadera. Su aspecto, delicado y sensual, solía adornar los paneles flotantes sobre la calle principal.
 Apenas llegó al estudio de apofengrafía, un mensaje resonó desde su receptor.
—Soy un alma solitaria. — El lamento retumbó en la sala con un eco conocido.
—Soy yo: La sombra esquiva…
—Que sueña contigo…
—Que respira por ti…
— Aun cuando estoy dormido… — gimió.
Sin pensarlo dos veces, cogió su bolsito y salió del estudio camino del terminal donde descargó el mensaje en el servidor del muelle. Marcó su origen en la tarjeta de trasporte y salió de inmediato para coger un elevador privado con destino a los nidos. A lo largo del pasillo donde se apeó, las secciones numeradas se repartían entre entradas y salidas casi idénticas, unas frente a otras, solo separadas por un carril de maniobras. Ante ella, en torno al andén de entrada, el tumulto ondulaba la presión del ambiente con un frenético deambular entre los pasos de embarque. Solo cuando los vagones se llenaron pudo entrever, como si fuera un breve destello, una muchacha híbrida de ojos gualdos frente a sí, que desapareció para siempre entre un enjambre. “Pudiera ser solo una sensación. Pero… si fuera posible; que no lo creo, me vi aquí mismo, esta mañana, en las salidas de los nidos..." La idea la dejó perpleja durante unos segundos.
“Creo que he puesto demasiada Bergamota al aceite“. Pensó y siguió sin parar, hasta dar con la entrada que la llevó hasta la dirección marcada en su receptor. Encontró la puerta entornada, y a él sentado de espalda sobre el diván, sin que nada velara el suave azogue que brillaba sobre su piel.
—Soy yo. — Musitó Hine.
Y avanzando entre cientos de burbujas, quedó únicamente vestida del amor con el que rodeó su pecho; acercándose hasta rozar con sus pezones, lívidos y erectos, los oscuros límites bajo su torso. Sus labios, tibios, dejaron brotar la palpitante calidez que encendería sus vientres sobre las flores de ahuiani que cayeron de su pelo.
Mientras él jugaba con sus rizos, las densas gotas que sus pieles destilaban les cubrieron por completo formando a su alrededor una fina cutícula calcárea que acabó por endurecerse con las primeras luces del crepúsculo. En el interior de la cápsula los fluidos hirvieron hasta que la presión hizo eclosionar el huevo desde donde cayeron bañados en el denso vitelo que les alimentó durante la metamorfosis.
Ahora, él era ella y ella, él.
 El frío de la noche hizo el resto: durmieron abrazados mientras su epidermis mutaba y se definía marcando la madurez sexual. 
El todavía descansaba sobre el diván, cuando la luz de la mañana la despertó. Se deslizó hasta la entrada para recoger las prendas que dejó olvidadas. Ungió su cuerpo, y se vistió mirando embelesada el tembloroso brillo de su espalda. El rumor de la lluvia le recordó que debía cubrir su cabeza antes de salir. Miró por todos los rincones y encontró sobre el suelo, como puesto a propósito, un ramillete de flores de ahuiani anudado con un pañuelo alrededor.
Salió sin cerrar la puerta, ocupada en deshacer el nudo que sujetaba las flores que guardó en su bolsita.
La muchedumbre se agolpaba en los andenes esperando ser los primeros en abordar el vagón cuando las puertas de acceso dejaran un resquicio por donde colarse. Avanzaban, corrían y se detenían, con una frecuencia que modulaba la sonoridad y la presión del ambiente.  Hine trató de zafarse del incesante fluir de gentes, pero quedó cercada entre la salida y la multitud sin que pudiera ver ningún camino alternativo. El estrépito de la llegada anunció la apertura del acceso a los trasportes que despegaron pocos segundos después de que el tumulto fuese digerido por los vehículos populares que tragaban y escupían viajeros al unísono.
Solo quedo frente a ella una híbrida pelirroja que parecía buscar una entrada a los nidos. Su parecido no podía ser casual. Vestía con un traje de seda española y sobre sus hombros caía un torrente de bucles desordenados en los que llevaba prendidos, aquí y allá, lo que parecían pétalos ambarinos.
  

Solo la vio durante un segundo y desapareció para siempre entre un enjambre de transeúntes que se apeaban de regresó al terminal.
—Era yo…
— Señorita Hine-Titama tiene que presentarse en el estudio de Wolfang Pauli. — decretó bruscamente su agenda automática en voz alta.
 Sin pensarlo dos veces, descargó el mensaje en el servidor del muelle y marcó su tarjeta de trasporte, con la que embarcó de inmediato en un elevador privado con destino al origen de la carga.
Al salir de la estación, sus rizos encendidos, mal recogidos bajo el pañuelo, surgieron entre el gentío como el sol furtivo de aquel amanecer lluvioso. La avenida se iluminaba bajo arcoíris rotos por la danza de las parvadas entre la lluvia, cuando Hine se percató de que su pañoleta se había perdido entre la gente y su pelo estaba empapado.

                                                                                                      María Yolanda Fernández Sadornil