Daba cuerda a su reloj pensando que en las últimas visitas no la vio.
Todas
las ideas con las que se forjo caían como un montón de arena cegándole la
razón.
Tragó saliva y se dijo que esta vida no era para hombres como él.
Miró la mesa, tan llena de libros, y allí, al otro lado, un papel
con nueve cifras. Marcó sin pensar en más.
– ¿Diga?– Era ella. Sí, sin duda.
Cerró los ojos mientras giraba su alianza en el dedo.
– ¿Diga?– Repitió.
Colgó, y la noche en la celda se hizo mucho más fría.
M.Yolanda Fernández Sadornil
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