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lunes, diciembre 22, 2014

EL CORPIÑO

Podía cortar las cortinas a la medida indicada, sin embargo no pudo alcanzar las tijeras del escritorio.
La mano hábil y su callosa paciencia hicieron el resto: puso con cuidado una cinta negra bordeando el final de la falda, a guisa de rosas repartidas en tramos anchos que trepaban hacia la cintura como una espiral que acabo en el centro del vientre.
El corpiño sería entallado, el escote abierto en forma de uve, sin mangas ni otro adorno.
Quizá lo acabase mañana, ya era muy tarde y hacía un buen rato que él estaba en la cama.
Subió los peldaños con suavidad, posando los pies con cuidado hasta llegar al primer piso, busco a tientas la manija de la puerta hasta dar con ella, se frotó sus dientes con un pañuelo una y otra vez frente al espejo dejando las zapatillas a un lado.
“Mañana seremos felices otra vez.”  Pensó cuando la luz del alba, cegándola, no la dejó advertir que él seguía en la cama; quieto y frío.
“¡Ni respira, pobre hombre!” Murmuró para sí, mientras le miraba desde el quicio de la puerta. 
Y volvió a desandar el camino con los mismos modos, maneras, sus zapatillas y media bata negra. Se acercó a la cocina donde bebió un vaso de agua con algo de azúcar sospechando la suerte de sus vecinos, pero no quiso mirar por la vidriera.
No se detuvo, continuó como si no pasara nada, pero cerró los postigos de salón cuando algo o alguien golpeó la puerta. Enhebró la aguja a ciegas y dando grandes puntadas sobre el patrón que la tenía ocupada, cortó y cosió con maestría el corpiño.
Cuando cayó la tarde, abrochó los botones, acabó el vestido:
era perfecto en todo. Sobre sí, frente al espejo, aún más bonito de lo que imaginó; no se calzó pero adornó el pelo con una adelfa del jardín.  Se quedó allí para siempre, mirando el atardecer meciéndose en su balancín.
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El corpiño by María Yolanda Fernández Sadornil is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra enhttp://silsilehliebst.blogspot.com.es/.



RECUENTO POR NAVIDAD

Recuento por Navidad
Quedaban pocos días para la navidad, había nevado durante la noche y las sirenas de las patrullas locales añadían su frío añil a la decoración local guiando la caravana de ambulancias hacia la rampa de entrada en el servicio de urgencias de la Cruz Roja.  

 Desde las ventanas del hospital, la calle adornada con un tramado de banderines y bombillas de feria, parecía un mal plagio del tablado que el Alcalde contrató, allá por abril, con los pocos fondos que se disponían en las arcas del ayuntamiento.

 Pensó el edil, ese Judas, que estando muy cerca las elecciones ya no tenía más que satisfacer su capricho con una romería de amigos y afiliados que terminaron por rematar la pelota que sacó meses después el Ministerio de Hacienda.

Las deudas acabaron por dejar sin nómina a los empleados del consistorio; al personal sanitario y al cuerpo de bomberos que, ya desesperados, asaltaron el chalé buscando pillar al coleto de marras en un renuncio poco después de que los policías locales cortaran el tráfico, a sabiendas de que ya tenía un billete para volar hasta Cuba.

Le encontraron con las talegas cargadas y algún fajo de cien euros repartido por el equipaje; pero el libro de cuentas, el que le puso tras los barrotes, no apareció hasta que la justicia ordenó un examen puntual del burdel que visitaba con sus cofrades, que desfilaron ante el juez sin la más remota idea de quién era el tipo que les acusaba.

Salieron los priostes del alcalde sin tacha; resultando policías a la par que los bomberos condenados, sin trabajo y arruinados.

Es triste que la piedad se agote, que no puedan vivir de la caridad como hasta ahora, pero el miedo hace fallar la memoria. Ellos fueron los mártires. Ahora nosotros somos las víctimas de un mundo que se desploma y del que solo queda este cortejo de muerte en ambulancias blancas.



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Recuento por Navidad by María Yolanda Fernández Sadornil is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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lunes, diciembre 15, 2014

SIN IDA NI VUELTA

                                        
Habían atravesado la capa de nubes y el sol radiante bañaba todo el interior del avión, cuando por instinto desbloqueó su cinturón de seguridad y tomó la mano de su acompañante, un joven músico ucraniano que iba recostado a su lado. Ella, cerrajera de pleitos y pálida pantera, venía mirándolo con rubor desde que antes de embarcar en el aeropuerto de New Hamphsire. El, sin mirarla, musitó, -no hay una sola frontera ahí abajo...- 
Nunca después se separarían, de igual modo jamás volverían a estar cerca. Y sin embargo, aunque la nave nunca llegara a su destino, sus relojes siempre marcarían ya ese mismo instante.

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            SIN IDA NI VUELTA by FRANCISCO JAVIER GIL CONDE 





SIN NOMBRE

¿Por qué volver a casa? 
¿Que la esperaba más allá de una habitación en un piso patera?
¿Qué sentido tenía ir o volver, bajar o subir, morir o vivir? Ninguno.

Solamente podía colorear la vida con recuerdos, ya difusos, mientras caminaba porque a pesar de todo ese frescor del aire húmedo en sus mejillas aliviaba, como un bálsamo, este sinsentido.

Sus fantasmas se quedaron dormidos en los bolsillos, amansados por el cansancio tras una hora de romper charcos y marcar el barro; dejaron los llantos a la sombra de los primeros edificios con sus pies transparentes, adornados con sueños y precios, llenos de reclamos que parecían sedar su hambre y mitigar las penas de la desfallecida mujercita que se enderezaba frente a ellos. 

Ya no se oía el ritmo machacón de la lluvia, ni se azoraba con los esfuerzos de la labor, ahora el silencio armonizaba con ella, con su cuerpo, que recuperaba la entereza de la niñez imaginándose una diosa de grandes ojos y piel rosada frente al escaparate.

Uno, dos, tres, los de siempre. Pero el último era el mejor. Los maniquís alineados tras el cristal parecían tomar vida y respirar o sonreír cuando entreabría la boca para mirar mejor, sus rostros grises y perfectos, impasibles al paso del tiempo y al dolor, apilados, desnudos y sin orden, en un caos que presentía profético.
“Quizá se viva mejor sin corazón.” Se dijo. 
Y siguió caminando hasta la estación.
 El tren de las seis no lleva conductor.


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SIN NOMBRE by María Yolanda Fernández Sadornil is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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