¿Por qué volver a casa?
¿Que la esperaba más allá de una
habitación en un piso patera?
¿Qué sentido tenía ir o volver, bajar o subir, morir o vivir?
Ninguno.
Solamente podía colorear la vida con recuerdos, ya difusos,
mientras caminaba porque a pesar de todo ese frescor del aire húmedo en sus
mejillas aliviaba, como un bálsamo, este sinsentido.
Sus fantasmas se quedaron dormidos en los bolsillos, amansados
por el cansancio tras una hora de romper charcos y marcar el barro; dejaron los
llantos a la sombra de los primeros edificios con sus pies transparentes,
adornados con sueños y precios, llenos de reclamos que parecían sedar su hambre
y mitigar las penas de la desfallecida mujercita que se enderezaba frente a
ellos.
Ya no se oía el ritmo machacón de la lluvia, ni se azoraba con los
esfuerzos de la labor, ahora el silencio armonizaba con ella, con su cuerpo,
que recuperaba la entereza de la niñez imaginándose una diosa de grandes ojos y
piel rosada frente al escaparate.
Uno, dos, tres, los de siempre. Pero el último era el mejor. Los
maniquís alineados tras el cristal parecían tomar vida y respirar o sonreír
cuando entreabría la boca para mirar mejor, sus rostros grises y perfectos,
impasibles al paso del tiempo y al dolor, apilados, desnudos y sin orden, en un
caos que presentía profético.
“Quizá se viva mejor sin corazón.” Se dijo.
Y siguió caminando hasta la
estación.
El tren de las seis no lleva conductor.
Creado a partir de la obra enhttp://silsilehliebst.blogspot.com.es/.
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