La credulidad es el fracaso del juicio social por causa de nuestra tendencia a creer en afirmaciones que no están respaldadas por pruebas. Nos creemos que los médicos son honrados, que nuestros políticos nos defienden y que nuestra pareja, además de fiel es leal. Pero no hay nada más lejos de la verdad, y no lo digo por poner en evidencia a su santísimo o santísima, si no por provocarle la náusea que le causaría la consciencia de saberse manipulado, engañado y estafado.
Antes de que comenzaran los últimos cambios en las leyes reguladoras del trabajo contábamos mes a mes los parados que engordaban las estadísticas y nos tirábamos de los pelos sin poder hacer nada al respecto. Los que se habían ido a la calle estaban mano sobre mano rezando al santo dios macro-económico que les castigo. Cuando se acabaron las vacaciones en la playa, comprar la casita en la sierra y el jersey de Paciste, empezó el crujir de dientes y los lamentos. Pero, sin embargo, de lo que usted no se percató entonces es que era tan esclavo como lo será después. De lo que ganaba, el estado recaudaba entre impuestos directos e indirectos más del 60 % de sus ingresos, y del resto, entre las multas del radar y los caprichitos de los nenes, ¿qué les quedaba? NADA. Todo revertía al mercado.
Usted siempre ha sido un esclavo del consumismo, un engranaje más de una maquinaria que hace muchos años descubrió el movimiento perpetuo, y que parece que quieren parar, no sé si por ignorancia o porque han llegado a la conclusión de que es necesario un nuevo comienzo. Están estrangulando la economía, y ese 60 % que se llevaban de sus ingresos, ya no está. Por eso, Señor o señora, aquellos que, por buscar un lucro inmediato, se congratulan del mal que les espera, caerán junto a usted. Nos iremos todos al infierno para seguir cantando a coro el “maldito funcionario”, “el puto obrero” y “el lameculos cabrón”. Mientras tanto, el Estado, ese ser intangible que rige nuestras vidas en época poselectoral, administra la información necesaria para que usted se ocupe de mortificar al vecino o de cantarles el “alirón”. A ver si con un poco de suerte no tiene tiempo de formarse un criterio y así no protesta, amén de la sordera que le causará como efecto secundario el desfalco que los bancos han hecho de las subvenciones que usted ha pagado.
Vaya, que le están llamando borrego y como tal quieren tratarle. Le ven demasiado aterrado como para tenerle miedo, y los que pueden hacer algo han perdido su credibilidad con tratos espurios.
Castígueles. No consuma. Participe y reclame aunque tenga la sensación de que este es un tiempo de peligros. No pierda su confianza ni su confiabilidad al fomentar lo bueno, porque esta es la mejor manera de triunfar con lo bajo. Serán obstáculos que deberemos superar juntos. Debemos seguir adelante.
¡Vaya borregos! por
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